La caza, el conejo y el ajo
El Homo sapiens es una especie del orden de los primates perteneciente a la familia de los homínidos. Conocidos bajo la denominación genérica de «hombres», poseen capacidades mentales que les permiten inventar, aprender y utilizar estructuras lingüísticas complejas, lógicas, matemáticas, escritura, música, ciencia y tecnología. Son animales sociales, capaces de concebir, transmitir y aprender conceptos totalmente abstractos.
El homo sapiens ha estado vinculado a la caza como primera y principal ocupación. La pesca, la caza y la recolección son un modo de subsistencia basado en el desarrollo de incipientes tecnologías y técnicas primitivas.

Comenzó a cazar para subsistir, y así sigue siendo actualmente en muchas partes del mundo. La caza de subsistencia es aquella actividad que se realiza con la finalidad de obtener proteína animal o subproductos de caza para satisfacer las necesidades propias de los grupos humanos ligados a zonas rurales donde la disponibilidad de especies cinegéticas es alta.
Desde la Biblia donde Nemrod, hijo de Noé, era cazador; Ismael, hijo de Abrahan, Esau, David, … la caza ha estado presente en los acontecimientos cotidianos del hombre.
Fenicios y tracios deificaban la caza en las figuras de Cibeles o Astarté, en Grecia encontramos a Artemisa, diosa de los montes y de la caza, posteriormente llamada por Roma, Diana.
Los cazadores
«La práctica de la caza debe ser tan antigua como el mismo hombre, puesto que el límite entre caza y recolección es una sutileza subjetiva moderna. Pero la caza tiene una larga evolución con etapas claras y diferenciadas, incluso formas por completo distintas entre sí»
MALUQUER DE MOTES, J., La Humanidad Prehistórica, Barcelona, Montaner y Simon, 1954, pàg. 67.
Así desde la búsqueda del alimento, como una labor de subsistencia y contenido y finalidad utilitarios, hasta lo lúdico y fuera del ámbito de lo necesario y vital, la caza, en el ámplio espectro de sus modalidades, presenta también un abanico extenso de valoraciones.
Así algunos pensadores afirman:
«a lo largo de la Historia Universal, en todos los tiempos de que hay memória, desde Sumeria y Acadia, y Asiria y el Primer Imperio de Egipto, hasta la hora incompleta que ahora transcurre, ha habido siempre hombres, muchos hombres, de las más variadas condiciones sociales, que se dedicaron a cazar por gusto, albedrío o afición»
https://www.tispain.com/2015/01/el-arte-de-la-caza-tan-antiguo-como-el.html
La caza menor, la de la liebre, la perdiz o el conejo, ha conservado un gran margen de contenido utilitario alimenticio y, en parte, comercial. Ha servido como forma deportiva, socializante y también de ocio.
La caza mayor, no; mas elitista y meramente lúdica, su perfil, que necesariamente pasa por poseer un nivel económico más elevado, es mas lúdico y meramente presenta una actividad de esparcimiento.
«Cuando no tenia que hacer (…) pasaba el día en cazar (…). Muchas veces se entretenía en cazar zorros y aves»
Alejandro el Magno: Plutarco “Vidas paralelas”

Muchas fueron las obras literarios escritas en torno a la caza, entre ellas el poema «Attis» de Catulo.
[… tal auxilio fue, para nosotros, Alio.
Él abrió en vasto límite el campo cerrado,
y él la morada y él la señora dionos,
en donde ejerciéramos nuestros comunes amores.
A donde con pie muelle mi diosa cándida
se entró, y en el gastado umbral la planta fulgente
puso, apoyándose en escarpín sonoro…]
En la Alta Edad Media la caza hubo de tener en ciertos momentos una función de utilidad, de necesidad muy especifica: la de contribuir a la alimentación de los ejércitos, en constante movimiento. En la sociedad de los siglos VIII y IX, especialmente en los reinos asturianos, los rebaños de ganado y la caza eran abundantes en las zonas que posteriormente se convertirían en yermos. Pero, una vez que se fueron habitando y cultivando las tierras conquistadas, la práctica disminuyó y la utilización de granos y ganado la sustituyó con gran ventaja.
Las culturas cristiana y la islámica se establecieron en nuestra península ibérica pero tuvieron un nexo en común: el ejercicio de la caza.
En el siglo XIII cuando se comienza a legislar los derechos y deberes que deben ser tenidos en cuenta para el ejercicio de la caza.
«res nullius cedit primo ocupanti»: la caza es cosa que carece de dueño, y pasa a poder del primero que se apodere de ella: primo ocupanti.

Las Partidas recogen claramente esta doctrina y exaltan el derecho a cazar y los derechos del cazador; pero, como la propiedad privada de los particulares de tierras cultivadas se había extendido, legislan para hacer compatibles los derechos del cazador con el respeto a la propiedad privada y sus frutos».
Fue Sancho IV de Navarra (1150-1194) el primero en elaborar una serie de normativas y leyes, registradas en el Fuero de dicho reino. Más tarde, en Castilla, Alfonso X el Sabio fija en las Partidas las normas que debían regir en esta matéria. De este modo, en la Partida III, Tít. XVIII, Ley 17, se trata de «como el home gana el señorio de las bestias salvajes e de los pescados luego que los prende», y en la Ley 21 de la misma Partida y Titulo: «Cuyo deve ser el venado que va ferido e viene otro e préndelo».
Pero particularmente son los fueros de Teruel y de Albarracín los que nos ofrecen, a través de una serie de disposiciones sobre la propiedad de las piezas cazadas, las prohibiciones de determinadas prácticas, las multas a los infractores, etc., una más precisa información acerca de la asiduidad de las actividades cinegéticas de las gentes de estas comarcas, ofreciéndonos un cuadro vivo de las diversas técnicas empleadas, el instrumental de caza, trampas y artilugios, así como la mención de las especies animales que eran objeto de más abundantes capturas.
LA CAZA EN LAS CARTAS DE POBLACION Y FUEROS DE LA EXTREMADURA ARAGONESA
Mª Luisa Ledesma Rubio
Así los fueros como el de Soria retoman la regulación de la caza y suscesivos monarcas van acotando prácticas prohibiendo, por ejemplo, cazar con cepos, Alfonso XI; estableciendo vedas, Alfonso IV de Aragón y Juan II de Castilla, etc.
En todos los casos se había pasado del concepto romano de «res nullius», en relación con los animales salvajes, a la apropiación pública del bosque y de las especies vegetales y animales que lo poblaban. Otorgando el rey, el señor o el concejo, en cada caso, el derecho de su usufructo a los moradores del lugar en cuyos términos se encontraban, con amplitud de libertad de su disfrute o con algunas limitaciones específicas.
LA CAZA EN LAS CARTAS DE POBLACION Y FUEROS DE LA EXTREMADURA ARAGONESA
Mª Luisa Ledesma Rubio
Sonidos de caza
Paisaje sonoro de la caza
A muy pocos kilómetros de Zaragoza, situado sobre la margen izquierda del río Gállego, se encuentra el monte de Peñaflor, un rico y variado ecosistema donde se puede disfrutar de la naturaleza, de un extenso y frondoso pinar, y de la amplitud panorámica que se domina desde este enclave. La presencia del pinar, origina un micro clima fresco y húmedo que acoge a numerosas especies de animales y vegetales.
Un bosque que constituye una singular isla verde en un entorno de marcada aridez, encontraremos sabinas, coscojas, carrascas, quejigos y arbustos como la retama, el espino negro y el lentisco. Entre la vegetación de matorral destacan el romero, tomillos, espartos, aliagas, lino, etc. Además, campos de cereal y barrancos o vales, dibujan el paisaje.
Y después de la caza, un tradicional plato elaborado con los resultados de la misma.
Cocina tradicional
Conejo al ajillo
Ingredientes
- 1 conejo de 1,5 Kg ya troceado de caza
- 1 cabeza de ajo (8-10 dientes de ajo) si es posible de Arándiga
- 200 ml Vino Blanco navarro
- 150 ml Aceite virgen de oliva del Bajo Aragón
- 1 Tomillo fresco de los montes de Zaragoza
- Sal y pimienta al gusto
- 4 patatas medianas
Elaboración paso a paso
- Comenzamos por aderezar el conejo con sal y pimienta, y lo dejamos reposando hasta que lo cocinemos.
- Pelamos los dientes de ajo, unos 8-10 suelen traer las cabezas.
- Para que suelten más sabor vamos a estallarlos ligeramente. Bastará con presionar sobre el diente de ajo con el cuchillo, hasta que oímos que se rompe. Reservamos.
- En una cazuela ancha y plana, vertemos una lámina de aceite de oliva virgen extra y calentamos a fuego medio. En cuanto coja temperatura, añadimos los ajos y bajamos a fuego bajo.
- Queremos que los ajos se vayan tostando poco a poco, soltando todo su sabor al aceite pero sin que se arrebaten o pasen de punto.
- Tenemos que controlarlos y que en ningún momento lleguen a quemarse. Tras 5-6 minutos podemos retirar los dientes de ajo, que reservamos para más adelante.
- Subimos ahora el fuego y en cuanto el aceite esté caliente comenzamos a freír el conejo vuelta y vuelta. Cocinamos hasta que vemos que están bien doraditos los trozos de carne.
- Vertemos ahora el vino y dejamos que cueza para que se vaya evaporando el alcohol. Pasados 5 minutos se habrá formado una salsa entre el aceite, el vino y los jugos que fue soltando el conejo.
- Incorporamos de nuevo los dientes de ajo que teníamos reservamos y opcionalmente podemos añadir alguna hierba fresca aromática, tomillo fresco, por ejemplo.
- Tapamos y cocinamos a fuego medio durante 20 minutos. En ese tiempo la salsa se irá espesando y adquiriendo una textura ligeramente cremosa. A mitad de cocción podemos darle la vuelta a alguna pieza de carne que sobresalga de la salsa.
Notas
- Como guarnición, una simple ensalada mixta, patatas, arroz blanco, un puré de verdura y patata, etc.
- En la cocina española el ajo es omnipresente, hasta tal punto que se ha dicho que es un embajador de nuestra gastronomía en el mundo.
- Además de aportar sabor a nuestras recetas, es un alimento con cualidades saludables. Si no lo usáis porque os repite mucho sabed que para evitarlo basta con abrir el diente de ajo con un corte y extraer el germen de su interior sin mayor dificultad.
- Cuando vayáis a comprarlos escoged ajos bien secos exteriormente, con las cabezas firmes, compactas y sin brotes verdes. Una vez en casa, conservadlos en lugares frescos, secos y con ventilación.
Una larga carretera
entre grises peñascales,
y alguna humilde pradera
donde pacen negros toros.
Zarzas, malezas, jarales.
Está la tierra mojada
por las gotas del rocío,
y la alameda dorada,
hacia la curva del río.
Tras los montes de violeta
quebrado el primer albor.
A la espalda la escopeta,
entre sus galgos agudos,
caminando un cazador.
Antonio Machado
